Resumir
malamente una historia es como un Bonsái; pequeño e itinerante, se ve grande y
empequeñecido, en su recipiente bastante adecuado, porque siempre son en la
medida justa en que éste puede ocupar su espacio, una especie de metro cuadrado
perfecto y taciturno. Ciertamente nadie quiere contar una historia que no
sea lo suficientemente grande pero sí que lo parezca. Un día de sentarme ante
aquel pequeño ornamento pensaba, qué nos hace gigantes y frágiles, bien
plantados y volátiles, desbarajustados y uniformes, recordando las palabras de
mi profesor, cuando decía: "el conflicto es inherente a lo humano". ¿Quién querría dos planetas que chocan? ¿a quién pertenece su dolor? divagaba
el Bonsái mientras miraba a la muchacha con la vista perdida en la ventana. Su
piel se ve demasiado blanca y las manchas en su nariz son como pequeños
salpicones de una mala guerra, sus ojos un estanque pesadumbroso y frágil, de
un idéntico talante dolido, pensaba, ella es tremenda, tremenda pero frágil
¿quién la quiere? No puedo sino pensar que su vida se consume como la de un
cigarro, que algo le hace falta más que la falta misma. Por eso, teniendo entre tus manos, algo tan
pequeño, me puedo imaginar cuanto dolor sientes, cuando tocas ese vacío entre
tus piernas, hay algo que ya no existe, que ya no está. Qué preguntas habré de
hacerte cuando te vea caminar por la calle, siendo que un día yo perdí esa
puerta que me llevaba hacia ti y siempre escuchando una canción, en mi oído
suena empequeñecida y tenue, pero permanente… igual que tu imagen en mi cabeza.
Al salir del teatro vi un cartel en un poste de luz, con tu fotografía, no pude
sino robármelo antes de partir a Vermont, quería llevarte aunque fuera en mi
bolsillo. ¿Por qué me dijiste que no? cuando te pregunté si querías venir
conmigo no hacías más que mirar en mi interior, como si tuviera un pez por
dentro, dando vueltas en una piscina, buscando un camino igual para todo, buscando atravesar la vida en un sólo nado -pensaba- el agua donde sea es sólo agua y quizás yo
era sólo eso, algo así como un pez en tu pecera. Anna se fue y no volvió. Volvía cada día al
bar para encontrarla sentada, con la mirada perdida, mirando hacia fuera por la
ventana, para recitarle algún verso malogrado, para cantarle una canción, de
esas que ella odiaba pero que le daban risa, siempre se reía de mí, ella
siempre se reía. Hoy recorro la ciudad, siempre buscándola, con su abrigo negro
y sus zapatos rojos, esperando que se ría de mi de nuevo.